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Catequesis: “María en su Asunción irradia la gloria de Dios”

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La gloria de Dios es la irradiación de la grandeza de Dios, la señal de su presencia. Por la mañana veréis la gloria del Señor (Ex 16,7), … si crees verás la gloria de Dios (Jn 11, 40). Se dice que es como una nube que tuviera a la vez el resplandor de la luz y la espesura de las tinieblas. Esta nube fue la que guió al pueblo del éxodo, la que cubrió la cima del Sinaí, la que ocupó la tienda de Dios en el desierto. Según Isaias (4,5) se extenderá sobre la asamblea reunida en el monte Sión, cuando lleguen los días profetizados.

La manifestación de Dios a través de su gloria que se realizará de modo pleno en Cristo, tiene su origen como la puerta de entrada en la Santísima Virgen María. María a través de su sí abre la puerta del mundo para que Dios, con su poder y gloria, llegue a todos los hombres. 

Este sí central y único de María es asimismo el que la acompaña en cada instante de su existencia, ilumina cada recodo de su vida y confiere a cada situación su sentido específico. De tal modo, que aparecen dos aspectos en la respuesta misma, que definen la naturaleza y profundidad del sí mismo. Por un lado la fuerza, que no violencia sino perfección, del mismo y por otro la libertad en cuanto horizonte de plenitud en el que entra María y con ella toda la humanidad. En la renuncia de María a su autosuficiencia, Dios la introduce en el océano de la gloria, desde la propia debilidad, Dios es la fuerza que da sentido y colma su vida.

En la plenitud a la que María es llamada, su vida pasa por el descubrimiento de la gracia, todo es gracia. No se trata de menoscabar la importancia de su sí humano, pues ella presta y dispone su vida a Dios. Se entrega con toda la fuerza y debilidad de su ser. En la fuerza de la que está dispuesta a aceptar cualquier designio de Dios sobre ella y en la debilidad de la que es lo suficientemente débil como para reconocer el poder del que la llama, pero también lo suficientemente fuerte como para ofrecerle incondicionalmente su vida. 

Siendo gracia, su si es ante todo una acción del Espíritu Santo, por obra del cual María a Dios su cuerpo y su espíritu. Al cubrirla con su sombra, el Espíritu que la inunda se encuentra con el Espíritu que habita ya en ella y el sí de María queda incluido en el sí del Espíritu. Y envuelta en el Espíritu Santo, su sí se convierte en una palabra auténtica, libre y autónoma de su propio espíritu. Al decir sí, renuncia a sí misma para que sea Dios únicamente el que habite en ella. Se decide a dejar que sea sólo Dios el que actúe en ella y por eso coopera con Dios. Porque la cooperación en las obras de la gracia es siempre fruto de una renuncia personal y así toda renuncia vivida en el amor es fecunda porque dejar sitio para la acción de Dios y el Padre está siempre esperando el consentimiento del hombre para mostrarle de lo que puede ser capaz cuando Dios está con él.

Nadie como María ha renunciado tanto a todo lo propio para dejar actuar sólo a Dios; por eso a nadie como a ella a concedido Dios tanto poder de cooperación. Al renunciar a todas sus posibilidades, obtiene la realización de las mismas en una medida que supera todo lo humanamente esperable: al colaborar con su cuerpo se convierte en la Madre del Señor; al cooperar con su espíritu, en su Esclava. Y la Esclava deviene Madre, y la Madre deviene Esposa: cada perspectiva que se cierra abre otra nueva, cada vez más allá. No sólo quiere lo que Dios quiere, sino que le confía su sí para que le de forma y transforme. Desde el momento en el que ha dicho sí, su vida tiene la forma consciente y explícita de ese sí del que dependerá todo lo demás. 

Desde el sí, María es la llena de gracia, y ahora llena de gloria, asunta al cielo aquella que se ha vaciado Dios la ha llenado con su vida. En la Asunción de la Santísima Virgen María se irradia la gloria de Dios.

¡¡Que María contemplada bajo el título de los Reyes nos acerque decididamente a decir a sí a Dios y ser partícipes de su Gloria!!

 

Antero Pascual

Canónigo Capellán Real y Rector del Seminario

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