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El Órgano

El Órgano: Historia reciente

Los Grandes Órganos de Coro de la Catedral de Sevilla, colocados bajo los arcos torales que flanquean la sillería coral, constituyen desde comienzos del s. XX un solo instrumento; que suena en las dos cajas (lado de la Antigua y lado de San Francisco), consta de un centenar de juegos repartidos en cuatro teclados manuales y un pedalero, y se acciona desde una única consola; gracias a la conexión eléctrica entre ambos muebles, que aplica por primera vez en España (1901) el organero vasco D. Aquilino Amezua, constructor de este instrumento. A este órgano han precedido otros seis instrumentos en los 500 años de existencia de nuestra Catedral; los construidos por fray Juan (1479), D. Francisco Ortiguez (1733) y D.Valentín Verdalonga (1831) en el lado del Evangelio; y los de maese Jors (1579), D.Diego de Orío (1725) y D. Jordi Bosch (1779) en el de la Epístola. Cuando el Excmo. Cabildo me confía el Gran Órgano catedralicio, el instrumento cuenta con 60 años de existencia y ha conocido ya cinco organistas titulares: D. Buenaventura Íñiguez (1865-1902), D. Bernardino Salas (1903-1912), D. Juan Bautista Elustiza (1912-1919), D. Norberto Almandoz (1919-1939)  y D. Ángel Urcelay (1939-1961). Yo lo recibí en un estado de grave deterioro. Una simple bobina, fundida hacía 10 años, impedía la conexión eléctrica entre las dos cajas; por lo que sonaba solamente el órgano del lado de San Francisco. Y el sistema eléctrico de conexión entre teclas y tubos, anticuado y situado en un mueble de madera con grave riesgo de incendio, exigía una modernización absoluta, que llevaría a cabo en 1973 la Organería Española de D. Ramón González Amezua, gracias a la generosidad de D. Florentino Pérez Embid, a la sazón Director General de Bellas Artes.

Veinte y tres años después, en 1996, con el patrocinio de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, será el organero alemán Gerhard Grenzing quien arremeterá una importantísima reforma, aplicando al instrumento las tecnologías más modernas y sentando las bases de un ambicioso proyecto, del que estamos cubriendo ya la 3ª fase; consistente en volver de nuevo a la tradición multisecular de dos grandes órganos independientes: uno barroco (lado de la Antigua) con consola propia y sistema mecánico, y otro romántico-sinfónico; que sin embargo se podrán accionar conjuntamente desde la consola eléctrica actual, preparada ya para ello.

Se trata, sin duda, de una empresa ambiciosa, que constituirá uno de los complejos instrumentales más importantes de Europa. Pero el órgano catedralicio, convertido por méritos propios, por su envergadura y la calidad de sus servicios, en un instrumento omnipresente e insustituible en cualquier ceremonia o evento de cierto relieve, merece estar a la altura que corresponde a la grandiosa e impar Catedral Hispalense. Me encantaría verlo acabado. Pero ahora es Sevilla quien tiene la palabra. De momento vamos cubriendo fases.

Órgano de tubos

El órgano, ese instrumento imponente y majestuoso, que encontramos en tantos templos cristianos; y que, a semejanza del cuerpo humano tiene un cerebro (la consola con sus teclados y tiradores), que rige y gobierna todos sus elementos; un sistema nervioso, por el que el cerebro manda sus órdenes al resto del organismo; unos pulmones (los depósitos de aire, alimentados hoy por un motor); y un sistema respiratorio, que, a través de arterias y venas (los conductos), hace llegar el aire desde los pulmones hasta la última de sus células (los tubos sonoros); solo necesita un hálito del alma de un organista para que reciba la vida;  y pueda, sintonizando con él, hablar, cantar, llorar, reír, consolar, animar…. y rezar.

De ahí que el Concilio Vaticano IIº, en su “Constitución sobre la Sagrada Liturgia”, pida que “Téngase en gran estima …el órgano de tubos,..cuyo sonido puede aportar un esplendor notable a las ceremonias eclesiásticas y levantar poderosamente las almas hacia Dios y hacia las realidades celestiales” (nº. 120)

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