Hoy, día de su onomástica y en el año que se cumple el IV centenario de la canonización de San Felipe Neri, el Cabildo de la Catedral ha querido rendirle homenaje presentando en la capilla de San Francisco una escultura perteneciente a la capilla de la Asunción atribuida a Duque Cornejo, junto al texto adjunto que podrá descargarse por fieles y visitantes mediante código QR .
El día 12 de marzo de 1622, el Papa Gregorio XV, fue el encargado de dar testimonio ante el pueblo y rubricar oficialmente que Felipe Neri (Florencia, 1515 / Roma, 1595) era declarado Santo de la Iglesia Católica. En esa misma ceremonia también proclamó santos a los españoles: Francisco Javier, Ignacio de Loyola, Isidro Labrador y Teresa de Jesús.
S. Felipe Neri (1515-1595)
Rafael Muñoz Pérez
Delegado Diocesano para el Clero
Canónigo de la Santa Iglesia Catedral de Sevilla
La gloria mayor del siglo XVI en la Iglesia Católica fue el florecimiento de la santidad por todas partes. Una pléyade de santos hizo posible la necesaria y requerida transformación en el seno de la misma Iglesia constituyendo la fuerza y el valor religioso del movimiento
contra reformista.
“S. Felipe Neri fue sacerdote santo, confesor infatigable, educador ingenioso y amigo de todos, y de modo especial consejero experto y delicado director de conciencias. Recurrieron a él desde papas y príncipes… hasta humildes, desheredados y marginados para recibir consejo,
perdón, ánimo, ayuda material y espiritual. La herencia de s. Felipe es para todo el pueblo de Dios, llamado a irradiar en el mundo alegría y confianza.
S. Felipe Neri es conocido, no solo como el santo de la alegría por antonomasia sino también como el “Apóstol de Roma, más aún, como el reformador de la ciudad eterna.”
(Papa Francisco)
Florentino de nacimiento y romano de adopción encarnó el tipo más completo de italiano. Tenía la gallardía, la simpatía, el humor, el espíritu de independencia y libertad de los florentinos que supo combinar con el sentido romano del buen pueblo de Roma: una noble simplicidad abierta a todos los seres. De trato familiar y amable, con cierta dosis de fantasía, de imprevisibilidad, de burla y de broma, pero siempre divino, caracterizaron su personalidad puesta al servicio de su apostolado.
Como laico apostólico(nunca pensó en el sacerdocio) se entrega a la oración en las catacumbas y a las obras de misericordia, promueve la Confraternidad de la Santísima Trinidad de los Peregrinos para ayudar a necesitados y recupera, entre otras devociones,
la adoración eucarística de las Cuarenta Horas.
Ordenado sacerdote a los 36 años por obediencia al confesor amplía desde entonces su apostolado añadiéndole el confesionario y la dirección espiritual, a lo que dedicaba gran parte del día, animando a la comunión frecuente y proponiendo prácticas cristianas a
determinadas costumbres paganizantes. Así comienza la original, muy concurrida y célebre Visita a las Siete Iglesias.
Pero lo que fue su obra y legado apostólico es el Oratorio, foco de vida cristiana y cultura. En sus reuniones se comentaba familiarmente la Palabra de Dios, se compartían experiencias espirituales, predicaban los laicos, se fomentaba el canto, la música y el arte, y se excitaban en hacer vida la reunió n practicando obras de caridad. César Baronio, Antonio Bosio, Palestrina, etc. son solo algunos de los que frecuentarían el Oratorio.
Ante la insistencia del Papa Gregorio XIII, da forma a un grupo de sacerdotes, origen de la Congregación del Oratorio, la que cronológicamente será la primera de las llamadas Sociedades de Vida Apostólica, formada por sacerdotes seculares y laicos que viven en comunidades
autónomas, sin profesar votos, juramentos o promesas. Su única regla, la caridad.
Sólo la conjunción entre un alma excepcionalmente interior y una mentalidad excepcionalmente abierta explica la originalidad de este hombre que nada tuvo de especial ni siquiera en la santidad. Ningún programa. Sólo el corazón lleno, encendido de Espíritu Santo y
la inspiración del momento en el amor a la Iglesia.
Apóstol de la llamada a la santidad universal contagiando la alegría de ser cristiano, místico en la oración, reformador desde la sencillez y la humildad de la vida ordinaria, y fundador sin pretenderlo, fue “astro luminoso de santidad en época de trágica obscuridad”, como dijera de
él el Papa Gregorio XIV el día de su canonización, primera colectiva en la Iglesia, de la que se cumple este año el cuarto centenario, cuando fueron proclamados también santos Isidro Labrador, Ignacio de Loyola, Francisco Javier y Teresa de Jesús, al decir de los romanos aquél 12
de marzo de 1622, ¡Cuatro españoles y un santo!